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jueves, 8 de diciembre de 2016

532- EL NUEVO NACIMIENTO

Estudios especiales


Tema: Un nuevo nacimiento

Parte II. ¿Cómo se produce el nuevo nacimiento?

Una vez que presentamos varios pasajes de la Palabra que demuestran que la regeneración o nuevo nacimiento no constituye un cambio en la naturaleza caída del hombre, sino que consiste en la comunicación de una nueva naturaleza divina, pasaremos a considerar, dependiendo de la enseñanza del Espíritu Santo, cómo se produce el nuevo nacimiento, cómo la nueva naturaleza se comunica al hombre. Éste es un punto de inmensa importancia, puesto que presenta a la Palabra de Dios como el gran instrumento que el Espíritu Santo utiliza para dar vida a los muertos. “Por la palabra de Jehová fueron hechos los cielos” (Salmo 33:6), y, por la Palabra, las almas de los muertos son llamadas a la nueva vida. La Palabra de Dios es poderosa tanto para crear como para regenerar. Ella ha llamado al universo a la existencia; llama a los pecadores de muerte a vida. La misma voz que en otro tiempo decía “sea la luz”, es la que en todos los casos debe decir: “Sea la vida”.

En el capítulo 3 del evangelio de Juan vemos el encuentro de Jesús con Nicodemo. En él encontramos preciosas instrucciones acerca del modo en que tiene lugar el nuevo nacimiento. Nicodemo ocupaba una posición muy elevada en lo que podríamos denominar el mundo religioso. Era “un hombre de los fariseos”, “un principal entre los judíos”, “maestro de Israel”. Difícilmente podría haber ocupado una posición más elevada o influyente. Sin embargo, es evidente que este hombre que gozaba de tan alto privilegio se sentía intranquilo, desconcertado. A pesar de todos sus privilegios religiosos, sentía una incesante inquietud ante algo que ni su fariseísmo ni todo su sistema de judaísmo podían resolver. Es muy probable que no fuese capaz de definir qué es lo que quería. Pero quería algo, pues de lo contrario nunca habría venido a Jesús de noche. Es evidente que el Padre lo estaba atrayendo al Hijo con su irresistible a la vez que delicada mano (Juan 6:44). Y el Padre lo atraía provocando en él un profundo sentimiento de necesidad que nadie podía satisfacer. Es un caso muy común. Unos son atraídos a Jesús mediante un profundo sentimiento de culpa, mientras que otros lo son por un profundo sentido de necesidad. Nicodemo, evidentemente, pertenecía al segundo grupo. La posición que ocupaba excluía toda idea relativa a una conducta inmoral grosera, por lo que, todo indicaría que más que un sentimiento de culpa en su conciencia, lo que había era un gran vacío en su corazón. Pero, finalmente, todos tiene que ir por igual a Jesús: tanto los que tienen mala conciencia como los que tienen un corazón sediento, pues Él solamente puede satisfacer perfectamente a todos. Con su precioso sacrificio, Jesús puede quitar toda mancha de la conciencia y dejarla perfectamente limpia, y con su Persona incomparable puede llenar el más profundo vacío del corazón, dejándolo plenamente satisfecho.

Pero Nicodemo, como muchos otros, debía dejar atrás muchas cosas antes de llegar verdaderamente al conocimiento de Jesús; debía desprenderse de una pesada carga de maquinaria religiosa antes de aprender la divina simplicidad del plan de salvación de Dios. Debía descender de la cumbre del saber rabínico y de la religión tradicional, y aprender el alfabeto del Evangelio en la escuela de Cristo. Esto era muy humillante para “un hombre de los fariseos”, “un principal entre los judíos”, un “maestro de Israel”. En ninguna cosa el hombre es más tenaz que en cuanto a su religión y a su saber. Y, a oídos de Nicodemo, debe de haber sonado extraño que aquel que había “venido de Dios como maestro” le dijera: “De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios” (Juan 3:3). Al ser judío por nacimiento y, por ende, tener derecho a todos los privilegios de un hijo de Abraham, se habrá visto invadido de una extraña perplejidad cuando el Señor le dijo que debía nacer de nuevo para poder ver el reino de Dios. Esto implicaba renunciar a todos sus privilegios y distinciones; descender, de una vez, del escalón mas alto al escalón más bajo.

Un fariseo, un maestro, un principal, no estaba ni un ápice más cerca de este reino celestial que el más despreciable de los hijos de los hombres. Esto era muy humillante. Diferente habría sido el caso si Nicodemo hubiese podido llevar consigo todos sus privilegio y distinciones a fin de ser acreditado por ellos en este nuevo reino. Ello le habría asegurado una posición muy superior a la de una ramera o a la de un publicano en el reino de Dios. Pero decirle que debía nacer de nuevo, no le dejaba nada en qué gloriarse. ¡Algo muy humillante para un hombre de su posición!

“Nicodemo le dijo: ¿Cómo puede un hombre nacer siendo viejo? ¿Puede acaso entrar por segunda vez en el vientre de su madre, y nacer?”. Seguramente que no. No tendría mayor valor un segundo nacimiento natural que el primero. Aunque un hombre natural entrase diez mil veces en el vientre de su madre y nacer, no sería nada más que un hombre natural a fin de cuentas, pues “lo que es nacido de la carne, carne es”. Por más esfuerzos que hagamos, no podemos cambiar la naturaleza ni mejorar la carne. Es imposible convertir la carne en espíritu. Por más alta estima que le atribuyamos —el rango de fariseo, principal entre los judíos, maestro de Israel, lo que se quiera—, la carne, no obstante, sigue siendo carne. Si esta verdad fuese más conocida, centenares cesarían en sus inútiles esfuerzos y obras. La carne no sirve de nada. No es otra cosa que hierba marchita. Sus más piadosos esfuerzos, privilegios y logros religiosos, sus obras de justicia, no son —según afirma la Palabra de Dios— sino “trapos de inmundicia” (Isaías 64:6).

Pero es sumamente interesante la respuesta del Señor al “¿cómo?” de Nicodemo: “Respondió Jesús: De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios. Lo que es nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es. No te maravilles de que te dije: Os es necesario nacer de nuevo. El viento sopla de donde quiere, y oyes su sonido; mas ni sabes de dónde viene, ni a dónde va; así es todo aquel que es nacido del Espíritu” (Juan 3:5-8). Claramente se nos enseña aquí que la regeneración o nuevo nacimiento se produce a partir del “agua y del Espíritu”. Toda persona debe nacer de agua y del Espíritu a fin de poder ver el reino de Dios y acceder a los profundos y celestiales misterios de este reino. El mortal dotado de la más aguda visión, no puede ver el reino de Dios, ni ningún ser humano puede jamás penetrar en los profundos secretos de este reino, por más que cuente con la mente más brillante de todos los tiempos. “El hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura, y no las puede entender, porque se han de discernir espiritualmente”. “El que no naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios” (1 Corintios 2:14; Juan 3:3).

Puede que algunos ignoren lo que significa ser “nacido de agua”. Esta expresión ha suscitado en todo tiempo mucha discusión y controversia; pero solamente comparando Escritura con Escritura podemos determinar el verdadero sentido de tal o cual pasaje. Es una bendición especial que el creyente indocto, el humilde estudiante de la Palabra de Dios, no necesite desplazarse fuera de las tapas del santo Libro para interpretar cualquier pasaje contenido en sus páginas.

Para entender, pues, qué quiso decir el Señor con la expresión “nacer de agua”, citaremos dos o tres pasajes de la Palabra. En Juan 1:11-13 leemos: “A lo suyo vino, y los suyos no le recibieron. Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios; los cuales no son engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios”. Se deduce de este pasaje que todo aquel que cree en el nombre del Señor Jesucristo es alguien que ha “nacido de nuevo”, que ha “nacido de Dios”. Todos los que por el poder de Dios el Espíritu Santo, creen en Dios el Hijo, son nacidos de Dios el Padre. La fuente del testimonio, su objeto y el poder de recibirlo son todos divinos. La obra completa de la regeneración es divina; por lo tanto, en vez de estar ocupado conmigo mismo, y de preguntar como Nicodemo: «¿Cómo puedo yo nacer de nuevo?», debo sencillamente arrojarme, por la fe, en los brazos de Jesús, y así habré nacido de nuevo. Todos aquellos que depositan su confianza en Cristo han recibido una nueva vida, han nacido de nuevo.

Amén....

Dios te bendiga en su infinito amor...

💒PRO/PR2016©📡📲
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(Jueves, 8 de Diciembre de 2016)
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