Estudios especiales
Tema: Un nuevo nacimiento
Parte ⅠⅠ.b
“De cierto, de cierto os digo: El que oye mi palabra, y cree al que me envió, tiene vida eterna; y no vendrá a condenación, mas ha pasado de muerte a vida”. “De cierto, de cierto os digo: El que cree en mí, tiene vida eterna”. “Pero éstas se han escrito para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo, tengáis vida en su nombre” (Juan 5:24; 6:47 y 20:31). Estos pasajes prueban que la única manera en que podemos tener esta nueva vida, vida eterna, es simplemente recibiendo el testimonio respecto de Cristo: todos aquellos que creen este testimonio, tienen esta nueva vida, vida eterna. Notemos que no se trata simplemente de quienes dicen creer, sino de aquellos que realmente creen, según el sentido del término en los pasajes anteriores. Hay poder vivificante en el Cristo que revela la Palabra de Dios, y en la Palabra que revela a Cristo. “De cierto, de cierto os digo: Viene la hora, y ahora es, cuando los muertos oirán la voz del Hijo de Dios; y los que la oyeren vivirán”. Y, para que la ignorancia no se asombre, y el escepticismo no se mofe ante la idea de que las almas de los muertos puedan oír, añade: “No os maravilléis de esto; porque vendrá hora cuando todos los que están en los sepulcros oirán su voz; y los que hicieron lo bueno, saldrán a resurrección de vida; mas los que hicieron lo malo, a resurrección de condenación” (Juan 5:25, 28, 29). El Señor puede hacer que las almas de los muertos o sus cuerpos oigan su voz vivificante. Su poderosa voz puede comunicar la vida tanto al cuerpo como al alma. El incrédulo y el escéptico argumentan en contra de esto simplemente porque hacen de su vana mente carnal la medida, la norma de lo «que debe ser», excluyendo así enteramente a Dios. Éste es el colmo de la insensatez.
Pero el lector puede sentirse dispuesto a preguntar: «¿Qué relación tiene todo esto con el significado de la palabra “agua”?». A lo que respondemos: Tanta como para demostrar que el nuevo nacimiento se produce, como la nueva vida se comunica, por la voz de Cristo, la cual es realmente la Palabra de Dios, como lo leemos en Santiago: “El, de su voluntad, nos hizo nacer por la palabra de verdad” (Santiago 1:18). Y también: “Siendo renacidos, no de simiente corruptible, sino de incorruptible, por la palabra de Dios que vive y permanece para siempre” (1 Pedro 1:23). En ambos pasajes la Palabra es presentada como el instrumento por el cual se produce el nuevo nacimiento. Santiago declara que somos engendrados “por la Palabra de verdad” y Pedro manifiesta que somos “renacidos por la Palabra de Dios”. Es obvio, pues, que el Señor, al hablar de nacer “de agua” representa, bajo esta significativa figura, la Palabra de Dios: figura o símbolo que “un maestro de Israel” podía haber entendido con sólo estudiar Ezequiel 36:25-27. Hay un hermoso pasaje en la epístola a los Efesios que presenta a la Palabra bajo la figura del agua: “Cristo amó a la iglesia, y se entregó a sí mismo por ella, para santificarla, habiéndola purificado en el lavamiento del agua por la palabra” (Efesios 5:25-26). Y también leemos en la epístola a Tito: “Nos salvó, no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino por su misericordia, por el lavamiento de la regeneración y por la renovación en el Espíritu Santo, el cual derramó en nosotros abundantemente por Jesucristo nuestro Salvador, para que justificados por su gracia, viniésemos a ser herederos conforme a la esperanza de la vida eterna” (Tito 3:5-7). De todas estas citas aprendemos que la Palabra de Dios es el gran instrumento del que se sirve el Espíritu Santo para dar vida a las almas de los que han muerto. Esta verdad se confirma, de una manera particularmente interesante, por la conversación que el Señor mantiene con Nicodemo; pues, en vez de responder a su reiterada pregunta de “¿cómo puede hacerse esto?”, el Señor le presenta a este “maestro de Israel” la sencilla lección que enseña la serpiente de bronce; antiguamente, los israelitas mordidos eran sanados con una simple mirada a la serpiente alzada (Números 21:59). Ahora el pecador perdido puede hallar la vida sencillamente al mirar a Jesús por la fe, primero clavado en la cruz, y luego sentado en el trono.
Seguramente los israelitas habrán mirado las heridas que les provocaron las dolorosas mordeduras de las serpientes, pero para hallar el remedio solamente debían mirar a la serpiente de bronce. Del mismo modo, al pecador perdido, por agobiada que tuviere su conciencia, no se le dice que mire sus pecados para obtener el socorro: una sola mirada de fe a Jesús basta para que tenga la vida. El israelita no tuvo que mirar dos veces para ser sanado; tampoco el pecador debe mirar dos veces para recibir la vida. No fue la manera de mirar, sino el objeto que miró el israelita lo que lo sanó; tampoco es el modo de contemplar, sino el objeto en el cual el pecador fija la mirada lo que lo salva: “Mirad a mí” —dice el Señor— “y sed salvos, todos los términos de la tierra” (Isaías 45:22). Esta fue la preciosa lección que Nicodemo debía aprender, y la respuesta a su insistente pregunta respecto al «cómo». Si alguien comienza a razonar acerca del nuevo nacimiento, seguramente quedará confundido; pero si cree en Jesús, nacerá de nuevo. La razón humana nunca podrá comprender el nuevo nacimiento, porque la Palabra de Dios lo produce. Muchos hallan un tropiezo en esto porque se enfocan en el mecanismo o proceso de la regeneración, en vez de someterse a la Palabra regeneradora. Y el resultado es que están desconcertados y confundidos. Se miran a sí mismos, en vez de mirar a Cristo. Y no puede ser de otra manera, pues existe una inseparable conexión entre el objeto que miramos y el efecto que tal mirada produce. ¿Qué habría ganado un israelita mirando sus heridas? ¡Nada! ¿Qué consiguió al mirar a la serpiente de bronce? Ser sanado. ¿Qué gana el pecador al mirarse a sí mismo? ¡Nada! ¿Qué gana al mirar a Jesús?: “La vida eterna”.
Amén....
Dios te bendiga en su infinito amor...
💒PRO/PR2016©📡📲
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(Jueves, 8 de Diciembre de 2016)
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(Continuar Parte ⅠⅠⅠ=[ ])
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